Churchill en tiempos del Covid-19

Churchill en tiempos del Covid-19

Cuando Winston Churchill asumió el cargo de primer ministro de la Gran Bretaña en 1940, le dijo a sus conciudadanos: “No tengo nada que ofrecer sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.

Dado que estamos ante un momento de perplejidad, muchos empresarios podrían exhortar a sus colaboradores suscribiendo las palabras de Churchill: blood, toil, tears and sweat.

Pero la incertidumbre no es, necesariamente, negativa. La incertidumbre es propia de la fragilidad humana. Para la filósofa estadunidense Martha Nussbaum ser un buen ser humano implica la capacidad de confiar en cosas inciertas, en situaciones que van más allá de nuestro propio control.

En esta primavera mutilada, como la llamó la marquesa Cayetana Álvarez de Toledo, la tarea empresarial se vislumbra brutal y agotadora. ¡Encarémosla con brío! ¡Levantémonos!

El teólogo estadounidense Reinhold Niebuhr escribió una oración que nos puede ayudar a enfrentar la contingencia actual. Me refiero a la Plegaria de la Serenidad:

Señor, concédenos serenidad

para aceptar las cosas que no podemos cambiar,

valor para cambiar las que sí podemos,

y sabiduría para discernir la diferencia.

Aunque el entorno actual nos afecta a todos, no podemos cambiar mucho de lo que está sucediendo. Por lo que necesitamos paciencia, adaptabilidad… ¡Serenidad!

Pero hay temas en donde sí podemos influir y ahí necesitamos fortaleza. La virtud que consiste en vencer el temor y huir de la temeridad; pues ante la complejidad actual, se requiere de la fortaleza que nos permita afrontar con coraje y vigor los riesgos, moderando el ímpetu de la audacia.

Los actos propios de la fortaleza son aguantar y acometer. Para Santo Tomás de Aquino el acto principal es el de resistir, porque la resistencia no es pasividad, sino fuerza y solidez, una valerosa adhesión a algo valioso. El fuerte es el valiente, pero en el entendido que sólo es valiente quien conoce que hay motivo para temer.

Ante un entorno perplejo, tenemos que volver a lo esencial: los valores son lo que nos dan firmeza. Esto se logrará poniendo a la persona en el centro de las organizaciones.

Los mejores recursos de un país son sus personas y las peores catástrofes vienen cuando la gente, en puestos de responsabilidad, se olvidan de la importancia de la dignidad de los seres humanos.

Albert Camus dice, en La Peste: “…algo se se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

Ante la incertidumbre podemos reaccionar con miedo o con esperanza. La esperanza es lo inverso del miedo. La esperanza se expande y avanza, el miedo retrocede. La esperanza es vulnerable, el miedo es auto protector.

Aunque los desafíos que nos esperan no tienen precedentes, los empresarios podrán dar la talla si a la exhortación de Churchill: sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor, le incorporan la esperanza.

El objeto de la esperanza no es lo seguro, por eso es vulnerable; el objeto de la esperanza es lo nuevo. La esperanza, como virtud, se refiere a un bien arduo e incierto que se descubrirá a quienes acepten el bello riesgo de aventurar la propia vida.

* Publicado originalmente en El Financiero

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