Carta al empresario
Apreciable empresario/a:
Tú y yo sabemos que ser empresario es una vocación apasionante, que implica grandes retos y oportunidades. Hemos pasado épocas de bonanza y llevamos con orgullo las cicatrices de, por lo menos, otras dos grandes crisis.
Solo quien ha sentido en sus hombros el peso de los accionistas, los empleados, el sindicato, los clientes, el IMSS, el casero y el fisco, es capaz de entender esta vocación.
No creo que haya una frase más elocuente al respecto que la que se atribuye a Winston Churchill: “Muchos miran al empresario como el lobo al que hay que abatir, otros lo miran como la vaca que hay que ordeñar, y muy pocos lo miran como el caballo que tira del carro”. Hoy ese carro se llama México y te necesita más que nunca.
Si bien es cierto que hay empresarios que han construido su empresa y su patrimonio a base de corruptelas, mal pagando a sus empleados, o burlando acreedores, sigo pensando que son la minoría y que no representan la realidad de la iniciativa privada en México.
Sabemos que este tsunami del COVID-19 llega en mal momento y que podría generar una tormenta perfecta que amenaza con arrastrar a su paso miles de vidas, empresas y empleos, dejando una secuela de pérdidas económicas y desestabilización social de proporciones inéditas. Con las economías del mundo en decadencia, el precio del petróleo por los suelos, el grado de inversión en riesgo, un sistema de salud desmantelado, y ―salvo por algunas excepciones― un gobierno que se niega a reconocer una realidad que terminará por alcanzarnos. Esta es nuestra realidad.
La pregunta de fondo, la que realmente importa, es: ¿Qué vamos a hacer ante esto? Estoy convencido que es en las situaciones extremas cuando surge nuestra verdadera esencia como personas y como empresarios. Esta crisis no será la excepción.
Podemos elegir quejarnos, buscar culpables, victimizarnos, clamar justicia, criticar al gobierno, paralizarnos por el miedo o entregarnos a las noticias y mensajes fatalistas (muchas veces falsos y especulativos). Si elegimos esta postura estaremos siendo parte del problema y no de la solución. Por el contrario, podemos elegir la opción de asumir, conjuntamente con la Sociedad Civil, el reto de salvar a México.
Quizás este reto suene un tanto exagerado, pero de ese tamaño es la coyuntura histórica que estamos viviendo. Es obvio que para esta batalla se necesita valentía, visión, compromiso, disciplina, liderazgo y firmeza; pero, ¿acaso no son precisamente éstas las características centrales del quehacer empresarial?
Estamos sin duda ante una guerra. Una guerra contra el hambre, la quiebra, el desempleo y la inestabilidad social. Para ganarla se requiere de toda tu capacidad y tus talentos. Claramente estamos ante un momento de definición. A cada uno corresponde elegir su propia batalla y pelear en su propia trinchera. De no hacerlo, seremos aliados del enemigo.
Es época de cambiar paradigmas y aprender a conjugar la vida empresarial en términos de solidaridad, caridad y fraternidad. Es un momento de gran importancia para desarrollar especialmente la dimensión social del empresariado.
No se trata de descubrir el hilo negro. El compendio de la doctrina social de la Iglesia Católica lo ha planteado desde hace siglos, y hoy sus postulados son más actuales que nunca. Se trata de poner a la persona en el centro de la función empresarial. Dice textualmente: “La empresa debe caracterizarse por la capacidad de servir al bien común de la sociedad mediante la producción de bienes y servicios útiles. En esta producción, la empresa crea riqueza para toda la sociedad: no sólo para los propietarios. Para la empresa que desempeña una función social, la dimensión económica es condición para el logro de objetivos no sólo económicos, sino también sociales y morales, que deben perseguirse conjuntamente”.
No conozco otro parámetro más completo y profundo para aterrizar la visión y función social del empresario. Nos interpela a operar desde la caridad, la ética y la integridad, que son valores fundamentales de la función empresarial y que se ponen a prueba en situaciones críticas como la que vivimos.
Se trata sencillamente de no dejar a nadie atrás: ni colaboradores, ni proveedores, ni accionistas, ni clientes. De ti depende que este problema inminente de liquidez no se convierta en un problema de solvencia.
Debemos abordar este gran reto con objetividad, serenidad y sosiego. No podemos permitir que el miedo y la angustia nos paralicen. Necesitamos esforzarnos por ganar la batalla más importante, que es la de mantener la paz interior; esa que no es consecuencia de la falta de problemas, sino de una actitud madura que ha aprendido a desdramatizar y a encontrar el lado bueno de las cosas. Siempre lo hay.
Como bien lo dijo el Padre Raniero Cantalamessa en la misa del Viernes Santo en una imponente plaza San Pedro ―desierta― pero llena de significado: “Un fruto positivo de la crisis sanitaria es el sentimiento de solidaridad. ¿Cuándo, en la memoria humana, los pueblos de todas las naciones se sintieron tan unidos, tan iguales, como en este momento de dolor?”.
¡Y vaya que los mexicanos sabemos de solidaridad en momentos de dolor!
Ya son evidentes ―yo diría, conmovedores― el compromiso, la disposición y solidaridad de muchos jugadores de la sociedad civil. Me refiero a las universidades, iglesias, ONGs, asociaciones civiles, cámaras, cúpulas, fundaciones, sindicatos, asociaciones de jóvenes, etc. Sus proyectos e iniciativas han sido y seguirán siendo de gran valía para forjar el país que queremos. El riesgo es que los egos personales se interpongan en su camino. Espero que tengan la madurez de saber jugar en equipo y poner por encima los intereses de México.
Si te preguntas: ¿Qué puedo hacer yo, como empresario? Te sugiero que elijas alguna de las iniciativas sociales cuya vocación y valores coincida con los tuyos y te sumes a apoyarla. Se requiere no solo tu dinero, sino tu talento, visión y compromiso.
Sin embargo, te recuerdo que tu reto y tu responsabilidad principal es la de sacar a flote a tu empresa o negocio (del tamaño que sea) y mantener la mayor cantidad de empleos. Para esto será necesario ajustar tu plan estratégico, no solo para sobrevivir, sino para salir fortalecido de esta etapa y aprovechar las oportunidades que llegarán en el mediano plazo.
En estos tiempos de tanta presión, es especialmente importante aprender a cuidarte: comer, dormir bien y procurar mantener la calma. ¡Te necesitamos entero! No podrás ayudar tanto estando enfermo, deprimido y angustiado. Si lo necesitas, se vale pedir apoyo a terapeutas y psicólogos serios que te pueden ayudar.
También son tiempos de unidad, empatía, comunicación, de concordia en casa y fortalecimiento de nuestra Fe: a Dios rogando y con el mazo dando. Recordemos que Él siempre saca de los males un bien mayor.
Desde estas líneas te exhorto a que asumas tu responsabilidad, que te metas a fondo en la trinchera que te corresponda, que te comprometas en serio con los proyectos sociales y que trates a México como tu propio y más grande proyecto.
No hay tiempo que perder. Cuento contigo.
A t e n t a m e n t e
Tu querido México, que tanto te ha dado.